Enrique Villalba
http://www.madridiario.es/noticia/opinion/enrique-villalba/409766
El partido de octavos de final de la Champions League entre el Real Madrid y el Schalke 04 tuvo su miga para la capital. Seguro que el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid y el sursuncorda dirán la lluvia de millones que le trajo el encuentro a Madrid y lo bueno que es tener el foco del fútbol para mostrar nuestra ciudad de escaparate a los turistas de todo el mundo.
A la espera de un plan de choque real para el turismo que no termina
de llegar por enfrentamientos políticos y falta de inversión para poner
en valor la ciudad, está claro que somos los propios ciudadanos los que
tenemos que definir y trasladar a los gobernantes qué tipo de turismo
queremos. Y es que en las horas previas del partido, el centro se había
convertido en un ecosistema lleno de borrachos en las terrazas o
haciendo botellón. Gastándose su dinero, sí. Pero ¿a qué precio? Al de
encontrarse a los aficionados germanos marchando como una riada por el
centro, provocando profundos problemas de tráfico, desperfectos en el
mobiliario urbano y en los comercios, enfrentamientos y agresiones con
los ciudadanos (un fotógrafo de Madridiario fue
increpado y atacado por algunos aficionados), etcétera. Y todo, eso sí,
acotado por una Policía Municipal y Nacional que no tomó la más mínima
represalia, aunque tampoco podría haberlo hecho ante una turba de miles
de personas.
Los políticos dirán que es algo puntual pero se repite con todas las competiciones europeas y los partidos del siglo de cada semana. Ocurrirá con el mundial de baloncesto y todos los megaeventos que todos los meses tenemos en Madrid. Y mientras se trata de coartar al manifestante que pide, con mayor o menor razón, una vida mejor ante los recortes y barrabasadas de todo tipo que está sufriendo, a veces a base de palos; a los turistas se les permite casi todo, no vaya a ser que se dejen los dineros en otro lado. Distintas varas de medir del uso de la fuerza por parte de la Delegación del Gobierno y el Ayuntamiento que debería poner rojas las orejas a más de una aspirante a alcaldesa.
Esta tibieza ante lo que está mal hecho convierte la ciudad en un parque recreativo en el que el que venga, mientras pague, puede hacer lo que quiera. Y encima las administraciones nos piden que sonriamos ante su actitud, porque somos imagen de la ciudad. Hablando en plata, que aunque nos meen, digamos que llueve, que mucha gente tiene que comer. A lo mejor es ése el turismo que queremos pero creo que no vale todo y que deberíamos aprender de otros países -precisamente de aquellos de donde vienen todos estos turistas que convierten España en un estercolero turístico de segunda-. Esos no se andan con zarandajas cuando un visitante se pasa de la raya y le ponen en el calabozo o el aeropuerto a los cinco minutos. Y no por eso pierden turistas. De hecho, los ganan. Quizás si nos respetamos a nosotros mismos un poco más, aunque ganemos un poco menos de dinero, nos empiecen a respetar fuera.
Los políticos dirán que es algo puntual pero se repite con todas las competiciones europeas y los partidos del siglo de cada semana. Ocurrirá con el mundial de baloncesto y todos los megaeventos que todos los meses tenemos en Madrid. Y mientras se trata de coartar al manifestante que pide, con mayor o menor razón, una vida mejor ante los recortes y barrabasadas de todo tipo que está sufriendo, a veces a base de palos; a los turistas se les permite casi todo, no vaya a ser que se dejen los dineros en otro lado. Distintas varas de medir del uso de la fuerza por parte de la Delegación del Gobierno y el Ayuntamiento que debería poner rojas las orejas a más de una aspirante a alcaldesa.
Esta tibieza ante lo que está mal hecho convierte la ciudad en un parque recreativo en el que el que venga, mientras pague, puede hacer lo que quiera. Y encima las administraciones nos piden que sonriamos ante su actitud, porque somos imagen de la ciudad. Hablando en plata, que aunque nos meen, digamos que llueve, que mucha gente tiene que comer. A lo mejor es ése el turismo que queremos pero creo que no vale todo y que deberíamos aprender de otros países -precisamente de aquellos de donde vienen todos estos turistas que convierten España en un estercolero turístico de segunda-. Esos no se andan con zarandajas cuando un visitante se pasa de la raya y le ponen en el calabozo o el aeropuerto a los cinco minutos. Y no por eso pierden turistas. De hecho, los ganan. Quizás si nos respetamos a nosotros mismos un poco más, aunque ganemos un poco menos de dinero, nos empiecen a respetar fuera.